viernes, 29 de diciembre de 2006

La Fiesta de la Sagrada Familia

La fiesta de la Sagrada Familia ;
“Nadie nace solo”. Puede parecer una obviedad, pero lo tuvo que recordar el papa en Valencia, el pasado julio, en la Jornada Mundial de las Familias. Los hombres a menudo olvidamos lo que es más evidente. Quizá por eso alguien puede pensar ahora que “la familia fundada en el matrimonio de una mujer con un hombre” es una imposición de la Iglesia.
El hombre completamente emancipado de nuestros días parece que ha de poder exigir todo lo que desea; incluso el momento de poner fin a la propia vida. Pero nunca podrá decidir sobre su nacimineto. Nadie lo puede decidir por sí mismo. El inicio de nuestra vida, de nuestra historia, ha sido decidido sin nuestro permiso. Por eso, al pregunarnos a nosotros mismos quienes somos, ponemos la mirada en nuestros padres: en la madre y en el padre, y en su unión, que nos dió origen.Ahí se encuentra la respuesta. Estamos en el mundo con la condición de ser los hijos de un hombre y de una mujer concretos, y como fruto de esa unión. Llevamos en lo más íntimo de nostros su parecido, sus apellidos. Ellos nos han dado nuestro nombre.
Todo esto no es un invento de la Iglesia. Cuando la Iglesia defiende la unión familiar y todos sus valores, lo que hace es ponerse del lado de las personas, también de aquellas que están exigiendo una emancipación ilusoria. Defiende el derecho de todos a tener madre y padre, y quiere proteger sobre todo a los más débiles. Por esto se impone a sí misma recordar al marido y a la mujer que se deben una fidelidad plena, que su vínculo matrimonial es indisoluble –como lo es el que les une a sus hijos-, y que la virtud de la castidad, que ha de ser vivida en todas las edades, llena de sentido la sexualidad y la afectividad humanas.
La emancipación es un proceso de liberación político, cultural, social, que carateriza nuestro mundo moderno, y es, sin duda, un gran paso adelante en civilización. Pero puede ser mal interpretada. Fruto quizá del esfuerzo que ha costado, puede caer en el extremo de la utopía, en el individualismo. El individualismo es una utopía porque los seres humanos, querámoslo o no, son dependientes los unos de los otros: nos necesitamos, y las relaciones que componen la familia nos cohesionan. Quizá en algún momento de la vida se puede pensar que no necesitamos a nadie a nuestro lado, pero al fin se demuestra que eso no es así; y no lo será nunca para los demás: los hijos, los ancianos, los enfermos. Todo eso no lo inventa la Iglesia.
Es evidente se presentan problemas para la familia, pero los problemas no desaparecerán haciendo desaparcer a la familia. Tampoco el matrimonio es una carga que se imponga desde fuera al marido o a la mujer: es la carga que ellos mismos se imponen cuando se quieren como esposos. No hay acto más sublime, más divino, que la crecaión de un nuevo ser humano, de una nueva conciencia, de un nuevo corazón necesitado de amor.
Incluso Dios omnipotente, que no necesitaba de una mujer para encarnarse, quiso nacer de María, la esposa de José. El hombre siempre nace en una familia. Hoy domingo la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada Familia: ¡que tengamos una buena fiesta!

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