DE CARA AL EVANGELIO / La familia del niño Jesús
Cuando pregunto a los jóvenes que quieren casarse por la Iglesia, por qué hacen las cosas difíciles cuando pudieran ser más fáciles, se quedan un poco desconcertados. Pues sí, es más sencillo juntarse y ya está. En última instancia hacéis el matrimonio civil en que ningún oficiante os va a hacer preguntas tan indiscretas como el cura, tales como si os vais a amar en la salud y en la enfermedad todos los días de vuestra vida, ¿en qué lío os metéis! Pero a renglón seguido los felicito con todo mi cariño y emoción por haber tenido el coraje, la voluntad de venir al altar. Vienen ante el Señor, y la boda ya no será cosa de dos, sino de tres. Al sí del novio y de la novia, se junta otro Sí, el de Cristo Jesús, que viene a tomar de la mano a los jóvenes esposos para ser en la vida su mejor compañero. Estos tres síes entrelazados son la base de la familia cristiana, ese magnífico proyecto de amor que Dios ha soñado para todos nosotros. Hoy es la fiesta de la Sagrada Familia. El niño Jesús nace en el seno de una familia. En su eterno designio de tomar humanidad, pudiera haberlo hecho a lo super-man, un extraterrestre que desciende hasta nosotros diciendo aquí estoy yo. El Hijo de Dios sigue el curso normal de las cosas para ser maestro de humanidad en cada una de ellas. Nace de una mujer casada con un hombre llamado José. El Niño nace y crece dentro de la ley religiosa de su pueblo. Es circuncidado y cada año siguiendo religiosamente su ley, esta buena familia de José peregrina hasta el Templo de Jerusalén. El evangelio de hoy nos relata el incidente del Niño que se pierde a sabiendas para mostrar que él tiene una doble ciudadanía: la de su Padre del cielo, y la de sus padres en la tierra. Y con estos baja a Nazaret y allá crece, se forma, trabaja, se hace un hombre, para llevar a cabo la misión encomenda por el Padre del cielo. Así pues la familia de Nazaret es una comunidad de vida y de amor que se convierte en referente y modelo de todas las familias cristianas. El pasado verano se celebró en Valencia el Encuentro Internacional de las Familias con este lema: «La familia transmisora de vida y de fe». También se repitió mucho aquello de que la familia tradicional es un gran bien para la Humanidad. Tuve la suerte de participar en el Congreso y hubo momentos de emocionarme al sentir el regalo que supone para la institución familiar el «plus de gracia sacramental» que se le concede. Cuando uno ha vivido años en un medio pagano te das cuenta del por qué mis amigos africanos veían con envidia la grandeza de nuestras familias que se conformaron según el pensamiento cristiano. Así pues la familia se convierte en una comunidad de amor que da vida. Donde no hay amor, no puede haber vida. Pero ¿qué adelantamos con tener vida si ésta termina hundiéndose en la nada? Por eso las familias cristianas, además de transmitir la vida, transmiten la fe y llevan a sus hijos al bautismo que da la vida eterna. Qué pena da ver cómo el pensamiento único de un laicismo puro y duro quiere borrar del mapa la institución familiar tal como la entiende el pensamiento cristiano, como algo caducado, que ya no sirve para nuestro mundo de hoy. Si quieren llevarnos a las cavernas, allá ellos. Qué daría yo para que los jóvenes cristianos pudieran entender ese «plus de gracia y de vida» que el Niño Jesús nos ha traído al nacer y vivir en familia.
domingo, 31 de diciembre de 2006
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