Reivindicar el valor del silencio
La gente joven no sabe hacer nada sin ruido de fondo y los padres no educan en el silencio.
Me gustaría hablar del silencio, de la necesidad del silencio y de las virtudes del silencio, porque en nuestra sociedad hay demasiado ruido. Incluso se dice que vivimos en uno de los países más ruidosos de Europa. El ruido nos domina, y junto con la rapidez, nos va provocando un tipo de vida agobiante. Ruido de locales nocturnos, de obras, de coches, de la televisión, de los aparatos de reproducción de música, de las aulas...El ruido está instalado en nuestras vidas. Y la consecuencia es que se chilla demasiado, y se alza la voz con facilidad.
Ante este panorama se hace preciso, a mi juicio, reivindicar el papel del silencio. Del silencio creador, del silencio de la paz interior, del silencio que nos humaniza porque permite descubrirnos en profundidad, del silencio que nos pone en contacto con la experiencia espiritual y nos proporciona la apertura a la trascendencia.
Cada vez estoy más convencido que el silencio es imprescindible para concentrarse, para intentar reflexionar o meditar. Hoy, sin embargo, el ruido que nos engloba dificulta estos elementos o los hace del todo imposibles. La contaminación acústica provoca, así, unos efectos sobre el modelo de vida que está causando estragos, especialmente en la juventud, que parece tener miedo del silencio y necesita el acompañamiento sonoro en cualquier actividad.
El problema de fondo es la falta de respeto por la vida de los demás, que no tienen por qué soportar el ruido causado, lo cual además facilita el individualismo, la insolidaridad e incluso el egoísmo, aspectos todos ellos profundamente incívicos. La sociedad del ruido reproduce y fomenta contravalores nefastos, como el de la fuerza de quien más chilla, con la consiguiente irracionalidad y descentramiento personal que ello supone.
Me parece importantísimo insistir en el valor del silencio de cara a la juventud, dominada con demasiada frecuencia por el principio de “mucho ruido y pocas nueces”. Los padres y los educadores en general deberían hacer un esfuerzo para transmitir una educación en silencio y para el silencio. Los ruidos excesivos de personas y máquinas, en ningún caso aportan nada positivo. Se hace preciso aprender a administrar el silencio, como parte de una formación humana integral.
Hoy en día la defensa contra el ruido debe propugnarse no sólo en términos éticos sino también jurídicos. La jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos es muy elocuente en la lucha contra los ruidos excesivos. En una línea jurisprudencial consolidada ha entendido que la “contaminación acústica” es una “intromisión ilegítima” en el derecho a la inviolabilidad del domicilio y en el derecho a la vida privada. Esta jurisprudencia nos muestra también la dificultad de la lucha contra el ruido, ya que los demandantes han tenido que ir hasta Estrasburgo, después de agotar todas las vías judiciales internas del Estado español.
Según los estudiosos, la población de más de la mitad de las ciudades españolas, de tamaño medio o grande, ha de soportar unos niveles de ruido inaceptable. Las autoridades públicas deberían velar con más interés por el respeto de derechos primarios de las personas como el derecho al descanso, a la mencionada vida privada y a un medio ambiente digno.
Cuando defendemos una sociedad con menos ruido estamos hablando de política, porque sostenemos una sociedad con personas más respetuosa con los demás, más exigente con las actitudes humanas de sus ciudadanos, en definitiva con más calidad democrática. Y también estamos hablando de una cultura de la responsabilidad de ciudadanos que comparten unos valores cívicos fundamentales. Sin embargo, la realidad nos demuestra que aún queda mucho camino por recorrer en algo tan difícil y complejo como es la convivencia humana.
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