miércoles, 17 de enero de 2007

Los inmigrantes tienen familia

Queridos diocesanos:
La Jornada Mundial del emigrante y del refugiado de este año subraya una realidad: el emigrante no está solo, tiene una familia, que es muy importante para él. La mayoría de las veces deja su patria transido por el dolor de tener que dejar muy lejos a los suyos y con el deseo imperioso de volver pronto a su tierra y con su familia.
Pero muy pronto sufre el dolor de la frustración y ha de asumir que no volverá a su tierra en breve tiempo.

En la emigración, la familia sufre especiales dificultades como la separación, el desarraigo, las barreras de todo tipo para la reagrupación, el aprendizaje del nuevo idioma, la adaptación al nuevo ambiente con distintas costumbres, la integración en la comunidad de fe. El Beato Juan XXIII calificó la separación de las familias por motivos de trabajo como una "dolorosa anomalía" e hizo un llamamiento a tomar conciencia de ella y a hacer todo posible para eliminarla.

A veces los esposos, separados físicamente y víctimas de un fuerte sentimiento de soledad, acaban estableciendo nuevas relaciones que generan nuevos afectos y se rompen así los vínculos matrimoniales originarios. "El éxodo de tantos bolivianos está ocasionando la ruptura de muchas familias y la falta de protección y abandono de muchos de nuestros niños y jóvenes", denunciaban los obispos bolivianos en su última Asamblea Plenaria.

Cuando se consigue la anhelada reagrupación familiar no es fácil la inserción y la participación en el nuevo país. Las familias de los emigrantes tienen sus derechos en lo que se refiere a la escolarización de sus hijos, a la atención sanitaria, al acceso a un puesto de trabajo para poder salir adelante, etc. que no siempre pueden satisfacer plenamente. Prestemos especial ayuda a la familia emigrante cuando comienza una nueva etapa de convivencia tras años de separación, desconociendo por lo general nuestro sistema educativo y sintiendo preocupación por el futuro de sus hijos. En las reunificaciones familiares las trabajadoras sociales, en particular las religiosas, pueden llevar a cabo un beneficioso servicio de mediación, digno de ser más valorado cada día. Tampoco olvidemos que en algunas pequeñas aldeas los hijos de nuestros emigrantes permiten que el Colegio siga abierto, no obstante la escasez de alumnos.

Es verdad que se está trabajando mucho por la integración de las familias de los emigrantes entre nosotros, pero queda aún mucho por hacer. Es por tanto necesario predisponer acciones legislativas, jurídicas y sociales para facilitar dicha integración. En estos últimos tiempos ha aumentado el número de mujeres que abandonan su país de origen en busca de mejores condiciones de vida, pero no son pocas las que terminan siendo víctimas del tráfico de seres humanos y de la prostitución. En España no podemos olvidar que seguimos viviendo la situación de numerosas personas que llegan a nuestro país sin los requisitos legales que les garanticen un trabajo y una vivienda dignos y un futuro con esperanza; a veces sucumben en el intento. Y como bien sabemos, con frecuencia son víctimas de desaprensivos que los explotan antes de salir de sus respectivos países, en el viaje o en la llegada al nuestro.

Invito a los católicos en particular y a los ciudadanos en general a ver a los emigrantes y a sus familias no como una carga o un peligro, sino como una riqueza para nuestra sociedad. Esforcémonos en acogerlos cordialmente, en servirlos como hermanos y en facilitarles su pacífica y enriquecedora integración. "Si no se garantiza a la familia inmigrada una real posibilidad de inserción y participación - nos dice el Papa en su Mensaje -, es difícil prever su desarrollo armónico". Mi reconocimiento y gratitud a tantas personas que prestan, en las administraciones públicas, en las instituciones y organizaciones públicas y privadas, de la sociedad y de la Iglesia, en el voluntariado o individualmente, a los inmigrantes y a sus familias, tanto en la acogida y acompañamiento, como en el proceso de integración, y otros servicios. Aliento especialmente a Caritas, a las parroquias que atienden a los emigrantes, a los servicios de los religiosos. por la labor de acogida, acompañamiento, orientación y por otras respuestas concretas.

Hemos contemplado en Navidad a la Familia de Nazaret, una familia emigrante. Una familia que ha compartido la suerte de tantos que, por motivos bien sabidos: las sequías, el hambre y la falta de recursos económicos, la persistencia de guerras que no cesan, el terrorismo y la persecución ideológica y religiosa, se ven obligados a abandonar el propio país. A ella encomendamos a nuestras familias de emigrantes.


+ Manuel Sánchez Monge

Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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